El verano mexicano en el contexto político latinoamericano
El pasado 1º de julio México atestiguó un tsunami político que habilitó el cambio de régimen por la vía pacífica. Después de 77 años de gobiernos emanados del partido hegemónico y los doce de la alternancia panista, los mexicanos indignados decidieron cambiar el curso de la historia con la llegada, por primera ocasión, de la izquierda bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien dejó boquiabierto a la comunidad internacional por la matemática electoral que conquistó.
Bajo un sentimiento anti-PRI y anti-bipartidista el mensaje fue irreversible para el statu quo y la comunidad de naciones. Precisamente, el triunfo categórico de AMLO nos ensancha los parámetros de legitimidad internacional que tanto necesitamos cuando la imagen de México en el exterior se ha deteriorado y empequeñecido. El diseño institucional nos demostró que la democracia joven, precaria e incipiente y siempre perfectible podía dar un salto cualitativo, a propósito de avanzar hacia el difícil pero más certero terreno de la consolidación.
Este bono histórico y democrático adquirido por México pudiera utilizarse en el terreno de la política regional e internacional en aras de acreditar nuestra autoridad moral que camina descompuesta y cabizbaja por los flagelos de la violencia, inseguridad, impunidad y la riqueza mal habida. Justo ahora, cuando México consigue una mayor estatura democrática dentro del concierto de naciones, la diplomacia mexicana amenaza con regresar a prácticas soberanistas y de bajo perfil que se verán acompañadas de una asintonía de tiempos frente al reloj que marca el ciclo político latinoamericano.
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