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martes, 2 de abril de 2019

Brexit: incertidumbre, divergencias y ¿resignación?

El 23 de junio del 2016, el mundo atestiguó un terremoto político que cambiará la configuración de las relaciones intraeuropeas. El voto al “sí” para la salida de Reino Unido de la Unión Europea (UE) reafirmó una vez más la tormentosa relación britano-europea, iniciada en 1974, cuando se propuso por primera ocasión un referéndum para pertenecer en ese entonces a la Comunidad Económica Europea, a la que se habían unido un año antes. Hoy, el Brexit no sólo amenaza con llevar a cabo el divorcio entre la isla y el continente, sino que su proceso podría ser unilateral y accidentado, tras la propuesta negociada con Bruselas que sometió la primera ministra Theresa May por tres ocasiones recibiendo el rechazo del Parlamento.

Las consecuencias inmediatas del referéndum fueron la renuncia de David Cameron como Primer Ministro, y su sustitución por la nueva lideresa del partido, Theresa May, quien -para complicar la situación- cometió el mismo error que su predecesor: apostarle todo a las elecciones. Cameron, tras el hung parliament de 2010, coqueteó con un UKIP que venía ganando fuerza tras las parlamentarias europeas del 2014, prometiéndoles la celebración del referéndum si le apoyaban en la elección de 2015. Promesa que tuvo que cumplir por los resultados abrumadores a su favor, y de la que quiso distanciarse haciendo campaña por el “no”, una vez que consiguió un acuerdo con Bruselas para frenar la entrada de inmigrantes, aunque tarde, pues el poderoso ambiente antiinmigrante estaba ya esparcido en la mayoría del electorado. May, quien heredó la mayoría absoluta de Cameron, convocó a una nueva elección para fortalecer su posición parlamentaria con la finalidad de facilitar el Brexit, y legitimarse a sí misma como Primer Ministro. No obstante, los resultados jugaron en su contra y para mantener mayoría, relativa en esta ocasión, la orillaron a coaligar con el Partido Unionista Democrático de Ulster (DUP), el partido protestante irlandés, que rechaza mantener una frontera invisible en Irlanda, única delimitación territorial terrestre de Reino Unido.

Desde que perdió la mayoría absoluta en el parlamento, Theresa May luce muy debilitada y desgastada, al grado de haber enfrentado incluso una moción de censura. Pese a un esfuerzo de reingeniería dentro de su gobierno -diversos ministros han dimitido y otros cambiado de cartera- el Partido Conservador luce desangelado. Una guerra interna entre posiciones más radicales y euroescépticas frente a las conservadoras o moderadas que han llevado a varios legisladores considerarse tories disidentes y bloquear las decisiones de la primera ministra. Sus márgenes de maniobra para negociar afuera se lo imponen los límites de adentro, un escenario político que se desarrolla al calor de una profunda división en el seno del gobierno, su partido y la oposición laborista fortalecida. Una gama de diferencias, matices y formas de operar que se combinan con la inestabilidad de su gobierno.

Brexit

Autor. Oliver Boehmer
Crédito:bluedesign – Fotolia

Considerando lo anterior, y retomando la alianza de May con el DUP, cobra especial relevancia la región de Ulster, frontera de Irlanda del Norte (que conforma parte de Reino Unido) y la República de Irlanda (que pertenece a la UE), pues el Brexit podría poner en peligro los acuerdos de paz del Viernes Santo de los años noventa, que pusieron fin a décadas de violencia protagonizadas por el Ejército Republicano Irlandés, considerando que se instauraría una frontera entre ambas naciones con controles y aduanas, que irían en contra de los acuerdos mencionados. Para solventarlo, May propuso una “salvaguarda” que busca garantizar que no haya una frontera “dura” entre las dos Irlandas, incluso si no se llegara a un acuerdo formal en temas comerciales y de seguridad, e implicaría mantener temporalmente a Irlanda del Norte dentro de la unión aduanera y del mercado único mientras el resto de Reino Unido los abandona. Cabe mencionar que esta salvaguarda ha sido frenada desde el Parlamento, pues, aunque establece el 2020 como fecha límite, hay quienes consideran pueda ser permanente, además que el DUP busca imponer la frontera dura.

Es entonces que se entiende la triple derrota que ha tenido May para aprobar su acuerdo en Westminster, que llevaron a retrasar la fecha de salida prevista originalmente para el 29 de marzo. Sin apoyo dentro de su propia facción parlamentaria, la primera ministro incluso sugirió dimitir si su acuerdo era aprobado; pero no resulto tan atractivo, y la iniciativa quedó entonces en manos del legislativo, que propuso un Brexit más suave. Así, bajo el impulso del Partido Laborista, el 1º de abril se votó sin éxito por el denominado “Norway Plus”, en el que Reino Unido se incorporaría, junto a Noruega, Liechtenstein e Islandia, a la Asociación Europea de Libre Comercio, permaneciendo dentro de la unión aduanera, y con ello, mantener la libertad de movimiento de los ciudadanos europeos en territorio británico. Ambos, temas por los que se optaba originalmente para salir del bloque comunitario.

Elegir abandonar la UE con un acuerdo negociado es a todas luces la opción más sensata y la que mayor certidumbre generaría. No obstante, las opciones se agotan y se reducen. La iniciativa regresa nuevamente a May, y aunque se espera que un acuerdo suyo vuelva a ser derogado, sigue sumando más apoyos que cualquier otra opción. La pregunta ahora es si pedir una prórroga más larga a la UE para volver a buscar con calma una solución, y con ello participar en las elecciones al parlamento europeo de este año o dejar que transcurran los plazos y encaminar al país, el próximo 12 de abril, a un Brexit brusco y salvaje, que según el Banco de Inglaterra pudiera provocar una crisis financiera con repercusiones globales.

Después de una construcción de vínculos multidimensionales entre Reino Unido y la Unión Europea por 46 años ¿cómo deconstruir esta amalgama de temas, intereses y lazos en menos de dos años?

 



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