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jueves, 26 de octubre de 2023

El rol de Catar en la encrucijada Israel-Hamás

En el juego de inseguridades que se transan en Medio Oriente entre potencias sistémicas y
centrales y entre los poderes regionales de Arabia Saudita, Irán, Turquía e Israel se anota Catar y su gran miedo: ser atacado o absorbido por Arabia Saudita, como Irak lo hizo con Kuwait en 1990. Por ello, utiliza sus escasas fuentes de poder, a propósito de ensanchar su margen de autonomía y visibilizar su grado de independencia de Arabia Saudita, de quien desconfía y teme.

    Pese a que Catar es un país muy rico, con altas rentas per cápita y de insignia petrolera, carece de los atributos del poder que le aseguren a la familia Al Thani su supervivencia política a largo plazo. Esta monarquía absoluta que lleva gobernando más de 170 años un estado minúsculo territorialmente y huérfano de poder demográfico (2.6 millones de personas, 75% compuesto por trabajadores extranjeros o migrantes) busca desarrollar otras cartas de transacción en el tablero de la negociación regional.

    De ahí también se entiende Al Jazeera, el influyente ecosistema informativo con sede en Doha, que tuvo como aliciente primario configurarse en una poderosa herramienta de proyección exterior que le abonarían a una mayor independencia de Riad. Una fuente de poder suave para expandir el abanico a la hora de lidiar con la familia real saudí, ante el pequeño tamaño de sus fuerzas armadas frente a su vecino, quien cuenta con uno de los ejércitos más equipados de la región.

    Las relaciones entre Catar y Arabia Saudita no han sido fáciles ni tersas. Riad, el principal
    actor geopolítico de la Península Arábiga y con una influencia notable en la región ha acusado a Doha de financiar a grupos extremistas y de acercarse geopolíticamente a Turquía e Irán. Por ello, entre 2017 y 2021, junto a Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto, rompió relaciones diplomáticas con Catar y lanzó un bloqueo económico contra el país.

    De este juego de inseguridades emana el acercamiento estratégico de Catar a Irán, el enemigo común de los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG). A pesar de compartir la confesión sunnita del Islam con Arabia Saudita, no sigue la forma conservadora del islam wahabí saudí, sino que apoya otras corrientes del islam político, como a la Hermandad Musulmana (partido homólogo de Hamás en Gaza), y una estrecha cooperación política, económica y energética con Irán. Además, la rivalidad qatarí-saudí ha puesto de relieve otros divisores en apoyo a facciones antagónicas en Yemen y Libia.

    En un delicado acto de equilibrio internacional, Catar mantiene una relación con aquellos grupos militantes, considerados subversivos y terroristas por Occidente, como Hamás, mientras ensancha sus estrechos vínculos de seguridad con EE.UU. Washington considera a Catar como un importante aliado fuera de la OTAN, toda vez que Doha le compra grandes cantidades de armamento militar y le brinda acceso a su base aérea de Al-Udeid, aquella que sirvió como nodo clave en la caótica retirada de EE.UU. de Afganistán.

    Es justamente en su actuar pragmático que utiliza su poder financiero para posicionarse como un país facilitador en la liberación de algunos rehenes en la actual guerra en Israel. Doha ha servido como una de las sedes políticas de Hamás, brinda cobijo a Ismail Haniyeh, su actual jefe, y se presume ha pagado los salarios de algunos funcionarios públicos de Gaza. Pese a no contar con relaciones diplomáticas formales con Israel, lo anterior le ha permitido inscribirse como un actor influyente en las decisiones políticas regionales. No hay que confundirnos, Catar rentabiliza sus partidas geopolíticas a partir del mayor caos y conflicto.

    Este artículo fue publicado originalmente en el sitio Expansión



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