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viernes, 26 de mayo de 2017

La presidencia italiana del G7

En su reciente viaje internacional, Donald Trump hizo dos paradas claves en Europa, asistió a la cumbre extraordinaria de la OTAN en Bruselas y a la Cumbre del G7 en Sicilia, Italia, esta última para reunirse con los líderes de las siete economías más industrializadas del mundo, y que representan el 10.3% de la población mundial y el 32.2% del PIB global, según estimaciones de la OCDE. Un espacio informal pero privilegiado de contacto entre tomadores de decisiones, cuya utilidad permite abordar los problemas más apremiantes del mundo en los desafíos de la gobernanza económica global y en las amenazas de la seguridad internacional.

En su reunión en Taormina, Italia delineó una agenda temática que estuviera cruzada con la necesidad de conquistar una confianza renovada en Occidente. Los ciudadanos que escalan sus dudas en torno a la capacidad de gobernar en materia de seguridad, economía y desarrollo sostenible. En efecto, la presidencia italiana basó sus discusiones en tres pilares: la seguridad ciudadana -relacionada con los conflictos internacionales y la sacudida de las fronteras por la crisis de migrantes y refugiados; la sostenibilidad económica y la reducción de la desigualdad, así como la innovación, que consideran el nuevo catalizador de la prosperidad mundial y el crecimiento inclusivo.

En este encuentro se estrenaron cuatro caras nuevas: Donald Trump, Theresa May, Emmanuel Macron y Paolo Gentiloni: los primeros dos liderazgos, producto del grito nacionalista, populista y nativista que enfrentan los intereses de una Europa unida e integrada –los proeuropeístas Emmanuel Macron y el primer ministro de italia. Justamente, Paolo Gentiloni puso el dedo en el renglón sobre los impactos adversos que pudiera tener para la economía internacional la tentación proteccionista y dejar en vilo el proceso de descarbonización de la economía global.

No obstante, en la mesa de discusiones del G7 no se puede obviar la globalización dispar y asimétrica que han comandado los países más avanzados del mundo. Una globalización que ha socializado pérdidas y concentrado beneficios en las más altas capas sociales y que no se puede disociar del cambio tecnológico y cultural de las últimas décadas. Las brechas que separan a los países del Norte con las naciones del Sur se han ensanchado, una fuente disruptiva que puede convertirse en una amenaza a la seguridad y estabilidad internacional. Este encuentro anual que no tiene carácter vinculante ni obligatorio para sus acuerdos debe considerar dentro de su toma de decisiones los correctivos para enderezar una globalización que ha generado perdedores y víctimas.

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Logo de la presidencia italiana del G7. Fuente: g7italy.it

Vale la pena comentar que la composición del G7 refleja una correlación de fuerzas que ya no existe y que está superada por la negativa de (re)integrar a Rusia y China, dos nodos clave del engranaje internacional. Con una representatividad muy cuestionada y con la divisa de la exclusión, este club de toma de decisiones no incluye a las economías emergentes dentro de su trazo institucional. ¿Acaso se pueden tomar decisiones efectivas y de gran calado a favor de Occidente cuando se excluye a China y se desinvita a Rusia?

El mundo ha cambiado. De un eurocentrismo puro nos hemos transportado al siglo de Asia-Pacífico donde China tiene un rol hegemónico que desplegar. El nuevo balance del poder global debe traducirse en la construcción de instituciones que reflejen la naturaleza cambiante del orden internacional y de los nuevos intereses que se fraguan al calor del mundo multipolar. La gobernanza internacional en la era de la globalización debe pasar por el reto de actualizar las instituciones, las entidades colectivas que no sólo deben emanar de Occidente sino del mundo Oriental. Esta lección la ha aprendido muy bien China con la creación del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras (BAII) que ha recibido una respuesta tibia por parte de Estados Unidos y la necesidad de modificar el sistema de cuotas del BM o el FMI.

Los desbarajustes de la gobernanza mundial obligan a favorecer foros más representativos de toma de decisiones. Ahí se apunta el G20, el grupo que engloba alrededor del 80%  PIB mundial. No olvidemos que con la expulsión de Rusia del g8 y la pujanza de las economías emergentes que no se incluyen en este grupo, el G7 ha decaído en su participación y aportación económica al mundo: cada vez representan un pedazo más chico del pastel internacional. Por otro lado, tengamos en cuenta que la unidad del G7 está en vilo: la política comercial y climática encuentra distintas posiciones entre Trump y el mundo occidental, esto orilla a acrecentar la debilidad del G7, porque en su seno le cuesta mucho trabajo confeccionar una sola voz en el escenario global.

Finalmente, el factor Rusia fue otro tema que moduló las conversaciones en el seno del G7, este grupo informal que comentó sobre los vericuetos de Vladimir Putin, su estrategia geopolítica y sus andanzas en Ucrania, Crimea, Georgia y hasta Montenegro, éste último donde hubo un golpe de Estado fallido – y que acusa a Rusia de haberlo orquestado durante la celebración de elecciones legislativas en octubre del año pasado- y que recién ingresó a la OTAN. Recordemos, que la política exterior expansionista de Vladimir Putin está relacionada con la intrusión de Europa en Ucrania y la política de globalizar y ampliar la OTAN hacia Europa del Este, justo cuando se pisa los talones del cinturón de seguridad ruso.

Pese a los esfuerzos de Japón de reincorporar a Rusia dentro del redil del G7, esta aspiración ha sido bloqueada por la actitud irreverente de Vladimir Putin, el líder que ha sabido defender con uñas y dientes su zona de influencia y jugar con maestría a la geopolítica global, pese a violar flagrantemente el Derecho Internacional. El propósito de Occidente de marginar a Rusia de la toma de decisiones globales debe leerse con todo cuidado, porque Moscú es un actor clave de Euroasia y un líder muy influyente en el convulso Medio Oriente. ¿Podrá prescindir el mundo occidental de Rusia cuando hablamos de paz y seguridad internacionales? Tan solo contener la guerra en Siria y detener el flagelo del terrorismo internacional se torna casi impensable sin la cooperación de Moscú. Rusia es una pieza central para dirimir conflictos internacionales y sortear apuros regionales que preocupan al mundo occidental.

Alcanzar un compromiso constructivo entre Rusia y Occidente no se antoja tarea fácil ni de corto plazo. La participación de Rusia en los espacios occidentales ha sido cancelada y echada del grupo de países con mayor presencia política y económica internacional. Aunque Rusia todavía participa en el seno del G20, no olvidemos que esta institución -mucho más representativa que el G7- está coja de abordar los desafíos crecientes en materia de seguridad internacionales, ahí se apunta la guerra y los golpes bajos en materia cibernética, y la intrusión rusa en las campañas electorales en EE.UU. y Francia.




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